Alicia Saliva es Dra. en letras, poeta y docente universitaria.
Un
ventanal no es cualquier ventana; dice el diccionario que es “una ventana
grande, como las de las catedrales”, y las ventanas de las catedrales
comenzaron a ser grandes gracias a avances arquitectónicos. Al principio, en el
románico, eran pequeñas. El tiempo y el avance -en este caso, en humanidad-
permite que las ventanas se amplíen y se multipliquen, que casi todos los días
tengan esas ventanas de las catedrales -los viteaux- que dejan pasar la luz
hecha formas y colores.
Por eso, el libro de Gloria, en estos
gloriosos sesenta años, se puede llamar “Ventanales”. Quizá por eso también la
palabra que está inmediatamente debajo de ventanal en el diccionario es
ventanear: “asomarse o ponerse a la ventana con frecuencia”. Con una amiga
comentábamos esta característica como uno de los rasgos permanentes del libro.
La rápida y ansiosa Gloria no pasa por sus días sin abrir ventanas que dan a
las personas -desde sus seres queridos a aquellos personajes locos y humildes
del pueblo-, a sus recuerdos de familia y del país, a su nombre, a la palabra
poética, a su labor de lectora y escritora, a sus alumnos, sus amigos, a los
sueños, a sus autores preferidos y ya inseparables. En fin, en todo ello
respetuosa y cercana ante el profundo dolor a veces o la alegría sincera. Se
acoda en ellas y se detiene a mirar para contemplar simplemente, decir una
palabra que colabore a entender lo que está pasando, darse cuenta de la
existencia y darla a conocer, o ponerse en la piel del otro y permitirnos vivir
y revivir lo que ve.
Ahora bien, no van a creer pero la siguiente
palabra en nuestro diccionario es ventear: “soplar el viento, o hacer aire
fuerte”. Las ventanas que abre Gloria siempre traen movimiento como para
arremolinar lo que estaba quieto. Estos ventanales dan a muchísimos lugares o,
en síntesis, a toda la realidad, y te dejan un poco despeinada.
A los recuerdos de su infancia y juventud se
asoma como queriendo recogerlos con cuidado. Recuerda de su padre que, con
dificultades para caminar por la polio, le dijo cuando ella intentaba aprender
a andar en bicicleta y no podía: “Casi abandono cuando me caí en el
jardín de mi casa, me quedé una hora tirada en el suelo, para que alguine me
encontrara y me dijera: bueno, basta, vos no sos para la bici. Me encontró mi
papá, que me dijo: pero dale, levantate. Intentá de nuevo que vas a poder.”
O ese otro personaje misterioso de su
infancia, el navegante Pete, que fue a vivir a su casa y los llenó
de historias de mar: “Desde que Pete se había mudado, jugábamos a
los piratas. Yo no podía participar porque en los barcos piratas no hay
mujeres. Pete salió en mi defensa diciendo que sí había y que era de buena
suerte tener una mujer a bordo. No sé si le creyeron, pero esa tarde pude jugar
como la niña salvad que debía ser devuelta a tierra.” (27) Hasta
que le avisaron que había muerto su hijo. “Pete, de a ratos,
interrumpía el relato, se quedaba con la mirada lejana y se le nublaban los
ojos. Yo esperaba callada a que él volviera a hablar. –Mirá, cuando ese barco
esté listo, te llevo conmigo.” (28)
Otro ventarrón -“viento que sopla con fuerza”-
son los personajes más humildes de su barrio, como la loca María, que en la
mirada de Gloria, enriquecen la vida de todos y son grandes héroes: “la
loca María era mi preferida. Yo la pensaba protagonista de una gran historia,
como esas que leía en la colección Robin Hood. (18) Los guardabarreras de
Virreyes, de noche, para no quedarse dormidos, la buscaban. Y la loca se
quedaba tomando mate con ellos hasta la madrugada. Y así, lentamente la Loca
María se fue convirtiendo en una heroína, tanto que ya ni nos acordábamos de su
locura.” (31)
O este otro personaje entrañable, en el que
deja entrever de dónde le viene a Gloria su mirada cercana hacia quien mendiga: “Recuerdo
a la viejita que todas las tardes venía a pedir pan y plata. Encorvada, con una
bolsa de esas que se usaban para hacer las compras. Pasaba casa por casa,
pidiendo ayuda. Se quedaba en la puerta esperando. En la nuestra, mamá la hacía
entrar a la cocina, le servía un vaso de leche y le daba ropa, pan y unos
pesos. Ella besaba el pan y el dinero. Siempre lo hacía. Decía que tenía que
agradecer a Dios porque no le hacía faltar nada. Mamá decía: es una santa esa
señora. Un día no vino más.” (18)
Ni
qué decirles el chiflete que entró cuando Gloria comenzó a hablar de la
historia de un momento trágico de nuestro país. Por su sinceridad y
autocrítica, al hacerse en una muy acertada segunda persona la pregunta, ¿qué
te pasó? : “Qué te pasó en esos años? Nunca se te ocurrió esa
pregunta cuando se susurraba que muchos habían desaparecido de sus casas. Te
sonaba a cuento porque a vos no te había pasado… Seguiste con tu vida, no te
gustaba enterarte de esas cosas. …Por fin llegó la democracia para el país.
Pero todavía no eras tan consciente de lo que había ocurrido. Qué te había
pasado a vos, era tu pregunta secreta.” (36)
O el excelente relato de Ignacio Hurban, el
nieto de Estela Carlotto, estructurado en un contrapunto en el que ninguna de
las dos personas, ni Ignacio ni Guido Montoya Carlotto, se suprimen: “Se
prepara, entonces, para improvisar su vida. En la obra estarán: dos familias
nuevas, sus orígenes. Familias grandes que deberán ser incluidas en su obra de
manera pausada y serena. Sin presionar la melodía central.” (49)
La que sigue en el mataburros, y les aseguro
que es la última palabrita de la familia, es ventar, que significa “hallar,
descubrir”. Descubrió que podía aceptar su nombre, Gloria María: “Los
nombres te nombran y te cantan el afecto. Mis compañeras de secundaria me
cantaban “Gloria a Dios en las alturas, que es un canto de misa o la de Serrat
“Fiesta”: Gloria a Dios en las alturas, recogieron basuras de mi calle ahora a
oscuras…O “Gloria faltas en el aire” de Umberto Tozzi del año 1979, que después
mis alumnos me cantaban en los años 90 remixado. Ahora, mis alumnos me dicen
“Gloriuchis”, “Gloriucha” o “Glori”, que son formas amorosas que tienen de
llamarme.”
O el descubrimiento de la casa de la infancia,
lugar que nos queda grabado y ya no se nos va de por vida, graicas al afecto de
esos seres queridos que lo habitaban: “A la casa la tengo muy
presente. La veo detalle por detalle: el hall de entrada, el escritorio de papá
con la biblioteca y sus tableros de dibujo y diseño. La cocina y el patio. El
pasillo a los dormitorios y el baño. El living con el hogar a leña y los
ventanales al jardín. La primera casa familiar no es solo el lugar que nos
alberga, es parte de uno mismo. Crecimos, nos educamos, sufrimos, lloramos
entre esas paredes porque allí estaban ellos, nuestros seres más queridos.”
(23)
Un hallazgo más, entre tantos otros, el
entrelazar las amistades más decisivas con la figura de su padre. Al contar un
paseo por San Pedro, dice de sus amigas: “Yo las miraba y sentía que
estaba en casa, que ellas serían mi casa siempre….Me acordé de mi papá. De sus
silencios, de sus pocas palabras, sus intereses, de todo lo que nos enseñaba,
su genialidad para arreglar lo que se rompía y de construir, de su humor.”
El último tesoro que quiero mencionar, es el
que Gloria encontró y encuentra detrás de un grandísimo ventanal, el de la
escritura. En este libro hay un detenido y amoroso contar el proceso, las
vicisitudes, las aristas de bien que trae a la vida de uno y que deja andando
por el mundo, la escritura. “Escribir fue un recorrido que partió de
lo propio hacia el afuera, hacia un conocimiento del mundo y de la realidad.
Mirarla con sus poros, arrugas, pliegues. Escribimos como vemos el mundo, como
lo percibimos y lo explicamos.” (67)
Parece que Gloria hubiera querido que todas
estas acepciones que hemos recordado estuviesen presentes en su libro. Porque
su escritura es ventanal, aire, viento fresco, exploración, encuentro de un
adentro con un afuera que lo estaba esperando. Una gran conquista de esos
espacios que, sin estas palabras transparentes abiertas a distintos horizontes,
no podríamos hojear.
En un punto cualquiera
Encontré y acepté
Se abrió el infinito.
Ahora escribo la vida
Ida y vuelta